portada

El título de este libro, que es también el del cuento más extenso de los cinco que contiene, proviene de una de las greguerías menos jocosas de Ramón Gómez de la Serna: “Entre los raíles de las vías del tren crecen las flores suicidas”. Ese largo relato cierra una suma de historias que parecen haberse reunido alrededor de la imagen del ser humano expuesto en toda su fragilidad a la descomunal e imparable locomotora del acontecer histórico, a veces de manera individual, a veces como grupo, a veces incluso como especie. Son relatos en los que la propagación del miedo colectivo, el desengaño, la derrota, la dificultad para distinguir entre realidad y ficción, la angustia que provoca la pérdida de un empleo, la tenacidad de un padre para rescatar a un hijo de un problema médico, la magia de la radio o el estupor ante el alcance de los estragos medioambientales no se presentan al lector con los ropajes de la mera especulación narrativa ni tampoco se limitan a formar parte de una única versión de lo real, pues hay en todos ellos esa voluntad de establecer un juego de ilusiones con el lector que es constante en mi obra narrativa.

Confieso que me gustó el diseño minimalista de su portada antes de que mi nombre y el título del libro, Las flores suicidas, estuvieran integrados en él, pues la editorial Talentura viene utilizándolo desde 2015 en todos sus libros de relatos, concediéndole a cada uno la identidad de un color distinto. Me intriga esa sencillez conceptual donde la palabra y el signo tienen todo el protagonismo, ese guiño ladeado (al lector) en que se ha convertido el punto y coma según moderna simbología, todo ello blanco y negro sobre fondo que en heráldica sería un esperanzador campo de sinople. Frente a la tiranía de la imagen (puro abigarramiento en anaqueles de librería), pienso que si se pudiera extender la filosofía Feng-Shui a las cubiertas de los libros, el Chi o energía vital circularía a sus anchas en esta, lo que en definitiva constituye la mejor invitación a abrir la puerta y adentrarse en las cinco historias que contiene el libro.

Por lo demás, las cosas del otro lado, que como pulso herido rondaba García Lorca –y luego también, según confesión propia, Julio Cortázar-, actúan ya en la propia portada. Un par de semana antes de la publicación del libro, descubrí casualmente que existe un movimiento social internacional llamado ‘Proyecto Punto y Coma’ (‘Project Semicolon’) que propone el tatuaje de este signo ortográfico como muestra de apoyo a la lucha contra el suicidio y a favor de su prevención. Dicen sus promotores que el punto y coma equivale a una negativa a terminar una frase, siendo esa frase la propia vida. Lo cierto es que en 2015 Talentura, al adoptar este signo en el diseño de sus portadas, no podía imaginar que dos años después enmarcaría un título como el mío, de la misma manera que cuando yo anoté hace veinte años este título para un libro futuro no tenía la menor idea de que alguna vez ese libro sería publicado por Talentura, ni de que llegaría a existir un movimiento llamado ‘Proyecto Punto y Coma’, ni de que la editorial que lo publicaría iba a adoptar este signo como elemento característico de sus portadas sin conocer tampoco la existencia ni del ‘Proyecto Punto y Coma’ ni de mi libro… En fin. A estas cosas le llaman frecuentemente coincidencia, casualidad, azar.